Estos días de fiestas, de tiempo, de sol hemos hecho lo que hacen todasas familias supongo, aprovechar los días de sol y de horas largas de descanso.
Me llamó poderosamente la atención estos días la facilidad que tiene mi hijo para sentir la tierra, hemos visitado varios sitios estos "días de relax", entre ellos lo lleve a un rincón del que estoy enamorada desde pequeña y en el que he vivido muchos momentos felices, muchos de vosotros, los más cercanos lo conoceréis "a Ponte Maceira"
Como era de esperar el sitio le encanto, el agua, los molinos y su castillo, todo era ooooooooh, ooooooh..... y cara de asombro y mirada feliz.
El día la verdad es que era perfecto, no había nadie a excepción de algún pescador y una madre que merendaba sobre una roca con su hijo y su amigo canino.
Y es que siempre he pensado que ese es un lugar que invita a soñar.
Como decía el sol brillaba en todo su esplendor, redondo y brillante invitaba al primer chapuzón, mientras contemplábamos las hermosas vistas y nos llenábamos de aire renovado, vi como mi pequeño empezaba a rascarse la parte del pañal, (estaba sin pantalones), se le veía estresado, como intentando pelear con su propia ropa para zafarse de ella, y así era, eso intentaba.
Empezó a rascarse el pañal hasta conseguir deshacerse de él, cuando termino se sacó los calcetines para sentir la piedra caliente en la planta de sus pies, consiguió sacarse una de las mangas de jersey mientras pedía que le sacará la cabeza y el otro brazo, y así en menos de cinco segundos se sintió libre.
Sin ese pudor adulto que tanto nos frena a los a los que hemos perdido la inocencia, sin miedo a sentirse desnudo, desprotegido al contrario se le veía feliz, más feliz de lo normal, por un momento sentí envidia, se le veía completamente denudo, descalzo, correr sobre esa piedra de hace años, sentarse sintiendo el calor en sus cachetes, se agachaba a recoger cualquier cosa que despertará su interés, piedras, palos, flores, arrancaba trozos de musgo de las paredes y se las pasaba de mano a mano buscando bichos que tenían instalada su casa en el lugar.
Se mojaba los pies, hundiendo la punta de los dedos en el lodo del comienzo del rio, donde el agua aún no es agua sino algo parecido al barro, notaba como buscaba equilibro en mi pierna y como hacía la garra con los dedos de los pies para no caer, para sentirse seguro.
El tiempo se paró esa tarde ya calmada por el letargo del sol y la calor, cuanto parece que el tiempo no pasa, que se queda como estancado sostenido como esperando que llegue la luna que refresque el ambiente para que el tiempo pueda caminar de nuevo.
Mi hijo era calma, era un poco de tierra, un poco de agua, un poco de piedra, un poco de todo y de nada, sus brazos desnudos seguían a sus manos sucias de tierra, su cara era un poco merienda, las piedras que tiraba a lo alto le caían sobre la cabeza sin importarle, recogió ramas que eran cocodrilos y margaritas que eran adornos para el pelo de mamá.
Mientras los pescadores y ese hermoso cuadro de la madre merendando con su hijo y su amigo canino sobre una roca, miraban con entretenimiento como mi hijo descubría la vida o una parte de ella, como se fundía con la naturaleza en su estado más vivo.
Mi hijo debió pensar aquella tarde que su ropa y su zapatos eran innecesarios, una barrera entre él y el trozo de mundo que le enseñaba así que no lo dudo, se arrancó las ropas para sentir con todo su pequeño cuerpo lo que la tierra da, porque no quiso perderse nada, su pelo rubio, muy rubio, sus ojos, su cara, sus brazos sus piernas, su ombligo, y esa casi no nariz, todo , todo su cuerpo respiro tierra, agua y piedra.
Y se fue a casa desnudo, como llego al mundo y lo veía en el coche de regreso a casa tocarse los pies y las manos y mirarse la barriga como para quedarse seguro de que su cuerpo se llevaba a casa un recuerdo del lugar.
No hay mejor lugar ni mejor maestro que la tierra que tenemos, y nuestros cuerpo están diseñados para ser tan sensibles al tacto, al olor, a la vista que si nos olvidamos de todo y aprovechamos un día de eso donde el tiempo se para, se puede tocar el "nirvana".
Mi pequeño lo tiene claro, siempre ha sido algo hippy y un ser muy atado a la tierra y yo intento fomentar ese lazo.
Al fin y al cabo las mejores paredes para aprender son las de la propia naturaleza.
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